“Adaptar la manera de habitar a una forma predeterminada o adaptar una forma nueva a la manera de habitar de cada familia. Es la única gran diferencia, diferencia, entre ambas opciones”.
Si queremos admirar la arquitectura de un pueblo, ciudad o barrio, un buen comienzo sería apreciar la cultura vernácula de sus casas, vale decir, aquella que ha sido proyectada tomando como guía la experiencia empírica de sus habitantes. Para ello, tendremos que olvidar por un momento la visión vanguardista de la arquitectura y apreciar el misterio de las formas construidas sin ánimo de lujo, donde una vivienda es un espacio que surge de la necesidad, forjada con la materia accesible y que obedece a las exigencias del clima.
Trasladando esta hipótesis a tierras conocidas, poniéndonos en los zapatos de un turista, poeta o estudiante que descubre Valdivia, no hará falta caminar muy lejos para encontrar un barrio que destaque por la historia sus calles, el dinamismo de sus casas y la diversidad de formas espontáneas. Fachadas continuas, conventillos y experimentos anónimos que, en conjunto, conforman una geometría urbana donde la velocidad del peatón aún no ha sido atropellada y la calle es testigo de hitos reconocibles en cada esquina.
A través de estas crónicas, buscamos poner sobre la mesa temas relevantes a la ciudad en la que habitamos, a la arquitectura que la conforma, y al medio ambiente que nos rodea, así como estimular el diálogo y el debate respecto a los diferentes procesos que crean y moldear el entorno en que habitamos.
Parece apropiado comenzar el camino en este blog haciendo mención a aquellos arquitectos anónimos, quienes aún en estos días, se han resistido a la tentación de adquirir una vivienda de molde, prefiriendo involucrar las manos y las ideas en el proceso de construir algo propio.